Acaecía un día lluvioso. Algo inesperado en pleno verano de atardeceres cálidos, mañanas hastiadas por el Sol, y noches tórridas de cuarenta grados, sinónimas del mismo infierno, el del Averno, con sus calderas abrasivas y Pedro Botero vigilando a las almas que no ardían lo suficiente, tan inesperado, como decíamos, como para pensar en frío repentino y tormenta a no ser por el consabido cambio climático.
Se refugió debajo de una cornisa, a falta de soportales con que guarecerse mejor.
Cuando llegó a casa, empapada, calada hasta el tuétano, recordó que, de continuar lloviendo en tales magnitudes, debería hacer acopio de un sencillito pero confortable impermeable aunque no fuese de abrigo. El trabajo requería no incurrir en absentismo, si bien, ya había sopesado alguna fortuita baja debido a un resfriado repentino como consecuencia del diluvio, y nunca más bien dicho. Y, sin embargo, no le interesaba ser despedida improcedentemente, aun cuando se había aprobado le nueva reforma laboral acorde a las óptimas condiciones laborales y salariales que este grato gobierno, ahora en funciones, hasta nueva investidura, había otorgado al pueblo trabajador y a las clases medias, sin un ápice de reproche, todo lo contrario. Precisamente había firmado un contrato indefinido ¡por fin! en su misma empresa de hacía cuatro años.
No. De ninguna manera se habría de exponer, no obstante. Debía trazar un nada exiguo plan para adquirir un chubasquero nuevo o, si era posible, reciclar alguno de temporadas anteriores. En las tiendas, poco stock, se suponía, en plena temporada de verano. Puesto que no vivía en la maravillosa Galicia del chirimiri y los temporales.
Al día siguiente, en horario habitual se dirigiría a su curro contemplando con virulencia y de frente la borrasca Antonia y «qué manía eso de colocar nombres femeninos a los accidentes climatológicos especialmente acuciantes y violentos» -pensó con vehemencia-.
El Mediterráneo, esta vez, tampoco se libraba. Desafortunadamente. Así que, ni corta ni perezosa, y en horario de cenar, se fue directa al armario. Su guardarropa solía ser elegante, teniendo en cuenta que los dos últimos años, etapa de gastos de última hora, etapa amplia, no había ejercido el honor de renovarlo demasiado. Sí que gozaba de modelos, no de última temporada, pero sí caros y de elevada calidad, eso sí, un poco fuera de la moda, como si ésta, de repente pudiese ser considerada como anacrónica, atemporal, barroca, neoclásica, en algunos casos hasta rococó, y a tales efectos, recordó su arrinconado modelito de Ágatha Ruiz de la Prada, conservado como reliquia disruptiva y modernista, de toque tan cool como estrafalario para aquellas mentes obtusas que tenía por amistades, casi la mayoría. Descartó el guardapolvo mencionado como quien descarta a un diablillo travieso, con un poco de pena ¡Qué terrible decisión motivada por los fatales convencionalismos. Rojo y verde, además. Continuó mirando el ropero, enfrentándose, práctica y figurativamente hablando, a un Torquemada con ganas de prender fuego al armatoste por si de un pecado contra las santas instituciones representara el modelito.
«A ver, qué hay por ahí», se dijo en tono alarmista. «Paciencia, hermana», se intentaba calmar a sí misma pero no podía pese a sus fuertes careos internos, mantras y consignas próximas a la psicología positiva actual. Tan de moda. No demodé, como su repertorio, mandando cánones.
Hizo ademán de coger temblorosamente un unisex impermeable rosa oscuro, adquirido en Temu el año pasado ¡oh, grácil descubrimiento! De color sólido, fuerte y recio, como ella misma era (se sintió identificada inmediatamente con su comparativa a modo de personificación del mismo recurso estilístico), el impermeable llevaba capucha, ¡horror!, no eran de su afinidad, en cuestiones de moda, capuchones pegados a la propia prenda, aunque era informal y de poliéster resistente a cualquier inclemencia. Además, era farragosamente ancha, bombacha. Todavía recordaba las risas de su tía política Jacinta y de sus primas «Las palillo», entiéndase el eufemismo para no utilizar términos ortodoxos tan populares como flacuchas o esmirriadas. Se prometió, en consecuencia, no repetir el error del ejemplo anterior materializado en acudir a un evento de tal guisa, detalle que le impelía, en esta ocasión, a no acometer, de nuevo, un posible desaguisado estético, como aquél.
Finalmente, en la tienda, a la que había acudido, especializada, había de todo, para dar y vender: trajes-chaqueta impermeables otoño e invierno, modelos cortavientos, ponchos de lluvia impermeables, con mangas y bolsillo de cuero, otros ejemplares reutilizables, también los había reversibles, pensados para ocasiones de cambios y combinaciones miles, gruesos como las fundas de sofás y ligeros como la pluma de un mirlo, de materiales sufridos, para actividades al aire libre, con diversidad de marcas, estilos y colores, desde el beige y el caqui militares hasta el rojo pasión, con motivos de lo más choni, hasta con hierbas y flores de la huerta en sus formas más supinas. Para camping, para senderismo, para fiestas de la jet-set, con cuello camisero, parkas acolchadas, hechas con costuras termoselladas y cierres efectivos, todo, por un precio demasiado extensivo que su sueldo de contable no le permitía dirimir con soltura a la hora de la toma de decisiones… En fin, un store con bellísimos y variopintos trajes, ponchos, impermeables al uso, ofertas de otros años al cincuenta por cien rebajadas, teniendo en cuenta un presupuesto mínimo, de echándole cuentas, tipo standar, unos trescientos euros; pues, bueno ¡como para no fardar!
Al fin, salió de la boutique satisfecha con su paraguas plegable triple automático reforzado y engrosado de cinco pliegues, doble capa, diez varillas y muy super resistente anti tormenta, transparente, para más inri, con finas tiras de satén en los bordes del artilugio, de una gran calidad superior. Apto también para el Sol. A pesar de su intríngulis, ultraligero. También llevaba alguna perla fina incrustada en el tejido salvapantalla.
En fin, aquí se despide un narrador atormentado porque no ha podido ofrecer una solución elegante en cuestión de ropa y tejidos, la mujer prefirió gastarse cuatrocientos noventa y cinco euros en un simple pero no menos aparatoso paraguas, al que solo le faltaban los gadgets, esos, del famoso detective francés.
-No me seas memo, Alfonsito, tú sabes que la cuadratura del círculo no existe.
-Pero yo la soñé el otro día.
-No es lo mismo- inquirió con efusividad el profesor de matemáticas de primero de bachillerato, del año anterior. Ahora daba clases en la facultad.
No se trataba de quitarle la ilusión, no del todo, puesto que había incurrido el niño en una equivocación geométrica propia del delirio de grandeza. Insistía en que podría demostrarlo en un futuro no muy lejano contando con su inestimable colaboración. Cosa que no estaba dispuesto a aceptar, más por pedagogía docente que por preservar el buen sentido y un buen estado de salud mental, consideraba que no habría llegado a extremos irretroactivos en ese sentido. -No debe de ser una situación insalvable a día de hoy -pensó con cierta alevosía no exenta de autoritarismo y disciplinado interés por enderezar al chaval. Sobre todo porque había sido un alumno suyo constituido entre los primeros de la clase.
Se empleó a fondo don Eustaquio en darle una lección magistral de ciencia exacta acompañada de algo de historia desmitificando la alquimia y otras falacias al uso, pseudoteorías próximas a la cultura subliminal de la antigua Grecia. Patrañas que pensaba desmontarle, si acaso, de a poquito a poquito. -Pobre Alfonso- se movía nerviosamente en su silla de catedrático, con firme propósito dirigido, mientras le entraba una lástima de mil demonios.
-¿Qué piensa usted de Paracelso? ¿Acaso no le considera a la altura de una de sus disquisitivas sesiones infumables pitagóricas? Estoy segura que Anaxágoras y Anaximandro estarían de acuerdo en que hay que valorar ciertas tesis en las que no se ha profundizado todo lo hondo que debía caber en cabezas demasiado milimétricas, profe.
-Niño, calla, escucha. La humildad tiene un sentido pragmático, no solo teoricista desde el punto de vista de la moral. Si no fuera por esta gracia, aun seríamos animales.
-Claro, lo sé, el mismo Nietzsche lo afirmó con profusión, tras de escribir Así habló Zaratustra. No lo niego, sin embargo, me temo que no entiende mucho acerca de la confrontación entre los dos tipos de moral, la de los señores y la de los esclavos para entender que su teoría única era un alegato a favor de la libertad y una crítica contra la individuación entendida como el apego al rebaño. Un alegato contra la cultura moderna occidental.
-Pues tú mismo te contradices, el mundo no es determinista, eso también lo dijo. Creo que no se casaba mucho con Newton y, sin ir más lejos, tampoco con Kant. Lo dirás porque la moral es un concepto que comparte ligazón con la ética y la virtud. Cosa que difiere mucho de la falsedad científica, según los presocráticos. ¿No te parece? -manifestó con sorna don Eustaquio.
-El caso, es que…
-El caso es que te voy a definir lo que considera la ciencia -y te hablo de la misma que abogó por Freud y por Darwin- a cerca de la dichosa cuadratura del círculo. Para empezar, recategorizar su propia definición de manera muy simplista pero bastante contundente: «algo inútil o imposible de alcanzar».
-Eso lo dirá usted…
-Si. con todos mis años de carrera, mi experiencia como docente, becado en investigación, un doctorado y el Cum Laude de fin del curso universitario. Para empezar… Bien, ejem, me he pasado… pero, vamos a ver. Contéstame a esta sencilla pregunta: ¿tú te crees de verdad que se puede construir un cuadrado con la misma área que un círculo dado mediante un número finito de pasos?
-¿Finitos pasos? Secuencialmente faltan pasos para articular todo un proceso geometrico.
-No me digas, mocoso…
-Si le digo, profe.
-Jajajajaja, ahora supongo que me vas a hablar de la cuadratiz, con todo el sello de Hipias bajo nomenglatura estupidizante, vamos hombre.
-Se equivoca, profesorcito. Fue Arquímedes, ni más ni menos, en el 225 a. C. A través de los polígonos regulares encontró sus áreas exactas casi, hasta aproximarse a los noventa y seis lados incluyendo dentro de esa área tan singular la del círculo.
-Es una metáfora, esto es, una tarea sin solución.
-No entremos a refutar a los antiguos. Yo mismo lo he soñado, la otra noche. Lo vi claro, con mis propios ojos.
-Los sueños engañan a la razón, no son más que eso, sueños nocturnos.
-Pero…
-Todo lo más que yo te puedo afirmar fehacientemente respecto de un círculo dentro de un cuadrado es que el diámetro del círculo es igual a la longitud del lado del cuadrado, cuando por los menos una medida del círculo está dada pero es improbable con severidad que esto se dé por cuatro veces y las dimensiones coincidan. Si se restringen los medios de construcción a regla y a compás, no se puede resolver debido a la trascendencia del número PI. Y se demostró en 1882 a través de las certezas de un matemático llamado Carl Louis Ferdinand von Lindemann. No niego, hijo, que sea uno de los problemas más infundidos y rebuscados de todas las matemáticos pero constituye en sí mismo una aporía de la razón, es como una mala pasada de nuestro entendimiento basado en conjeturas imaginarias solamente a efectos hipotéticos altamente figurativos. Es como la poesía de la geómetra y la trigonometría. Nada más. Muy romántico, si tu quieres. Efectiva y muy inoperante, destruye o puede destruir mentes como la tuya. Créeme, no estoy dispuesto.
-Vera, hemos formado un grupo, donde participamos seis personas, el seis es el número diplomático, el unitario en la numerología, simboliza la fusión en equilibrio perfecto con la música, el arte, la música y la plástica. Es filantrópico, solidario y humanitario. Somos los sexágonos, nos llamamos así.
-¿Qué me estás contando? ¿Que estás en juegos de rol?
-Bu… bueno, no exactamente, somos un club peculiar, una sociedad secreta juvenil que investiga a nuestros ancestros más seculares, a todos aquellos genios heterodoxos rupturistas que fueron mal vistos o tuvieron que ocultarse por temor a la fuerza del poder del Estado en sociedades, desde las primitivas con el estudio de la ciencia sincrética de los chamanes, hasta el medievo y todos sus tópicos. Somos raras avis. Disruptivos.
-¡No me lo puedo creer! Tú, vosotros, en lugar de hacer acopio de la influencia de una sociedad convencional os dedicáis al ocultismo y a la brujería, a la nigromancia ¿me equivoco?
-Utilizamos velas, incienso, la ouija, usamos las runas, diversas mancias. Ya sabe. Y le digo más, si usted pretende parar nuestras prácticas, contaremos su relación con la mujer del rector, les vimos el otro día en plena salsa rociera, en una tasca conocida sevillana, en la puerta, besándose. Menos mal que usted no es famoso y puede llevarlo en secreto ¿eh, profe?
-Está bien, me com… comprometo a callar para siempre. Uf. Menuda afrenta la de estos chiquillos.
-Usted nos hará de archivero y de enlace a la biblioteca, a la hemeroteca y a los documentos internos no desclasificados de la universidad donde también da clases.
-Trato, ejem, trato hecho.
El honorable matemático sudaba y esgrimía cara de cromo, en toda su perpleja singularidad, pillado con las manos en la masa. Le despedirían si se enteraban del affair.
-No se preocupe, somos la comunidad de Venus, la del amor y el altruismo así que si colabora, a nosotros plim, su relación con doña Ana.
-Quiero hacerte una última pregunta por hoy, creo que voy a vomitar, lo siento, siento náuseas… ¿Hasta dónde pretendéis llegar con vuestra falta de escrúpulos?
-Es todo lo contrario, no existen las contradicciones metodológicas, no existen los imperativos categóricos, solamente la armonía con el universo y el cosmos dador. Todo lo que consigamos descubrir se va a hacer en beneficio de la humanidad, sin la IA, a propósito de la inteligencia artificial, no la necesitamos implementar. Aunque siquiera es nuestra intención denostarla porque puede ser útil en función de sus aplicaciones y uso sensato. Aunar la razón y la metafísica nos ayuda en nuestras investigaciones y experimentos.
-Nada, nada, lo dicho, me voy ya -señaló el profesor con gran congoja- y añadió- y vosotros, ya sabéis, mutis por el foro.
No le bastaba tanta negativa, tanto fuese del mismísimo Parlamento británico como por parte de los adustos y encorsetados padre y hermano de Margareth. Una sufragista ejemplar que no descartaba huir con su amante si las cosas se ponían feas. La moral no procede más que de las convenciones culturales y los talentos amargados. Así se lo resumió al juez en el juicio que tuvo lugar cerca de su condado por haber votado ilegalmente, entrecomillo, yo, en las elecciones, queriendo emular a la gran héroe Susan B. Anthony. Fue declarada culpable, como a ésta, pero se despertó una gran conciencia colectiva. Muchas Margareth irrumpirían y lucharían posteriormente, lo seguirían haciendo, por los derechos de colectivos como el de la L.G.T.B.I o la igualdad de género en otros estratos administrativos, politicos, sociales, ideológicos, etc.
No solamente puso de moda los pantalones pirata en su época, propios de los campesinos de las zonas rurales, sino que, efectivamente, fue también una precursora de movimiento feminista en todos sus vertientes y amplia organización. Nótese la ironía en la forma de crítica social de este subsiguiente párrafo, el de los pantalones.
Un día de asueto, pasados diez años de su ingreso en la cárcel, un hombre vestido con gabán de terciopelo y antifaz solapado bajo un enorme sombrero de seta que le cubría las facciones en esa noche helada, intentó acabar con su vida y, sin embargo, se le encasquilló el gatillo. Cuando fue a mirar el supuesto desperfecto se le escapó un tiro en la pierna, accidental, la suya propia, y ella fue salvada por una pareja de gendarmes que pasaban por allí en ese momento. Se encontraba en París, huida.
Su declaración fue el ápice para que jurídicamente se incluyera en las leyes, un tanto a posteriori, la argumentación hecha figura tipificada como delito que representaba el odio contra las mujeres. Tardarían más de un siglo.
Seguimos avanzando aunque Margareth, para recordarla a ella y a todas las mujeres, lo debemos hacer cada día; desgraciadamente, tuvo que morir debido a una huelga de hambre.
allí, entre regias espigas y adoradas flores migradas,
de la ciudad al campo trasladadas,
encontré a la madre tierra y a la Pachamama.
Allí, donde los corazones son de tierra mojada por un río multiversal y ascético, diversificante, encontré mi nido, donde anidar y oler el viento sumergido.
Entre arroyuelos, pinos y ardillas,
a lo lejos, suspiraba la hortiga, el pececillo gris y el cangrejo,
suaves aleteos de mariposas y avispas suicidas
y un gran ojuelo, hoyo como pozo de agua sacramental,
en lo hondo y profundo de mi alborada bendita,
repleta de musgo y una cierta apatía.
La gente pasea de día, de noche, cantan tonadillas.
Los mercados se nutren de especias, vino y entretelas,
ornato del vestido vendido y regalado ardiendo de comercio vecino.
Un lagarto se cruza sobre mis pies,
una golondrina clama a la bandada que se contornea al envés.
Los perros son paseados por dueños ataviados con su chándal
y sus zapatillas de footing.
Una vez vi a la luna a las diez de la mañana,
atenta, con su mirada de tornasoles azules como estrellas del alba
que se acuestan tarde en noches de picos pardos.
También maúlla aquel gato que se esconde del ruido trasiegante,
como si fuera un silbido sibilante de aves que migran a la Albufera o quizá a Doñana, lo que que quedó de ella.
Sé que una tarde retrobaré al trobador,
al poeta y al hombre cantautor,
lejos del mundanal ruído se yergue el monte,
con los animales nocturnos,
cigarras cantando frente a la lumbre.
Sé también que un día seré madre del polvo yermo
sucedáneo de aquel retoño que nunca tuve el placer de conocer,
mientras me esperan sin pedirme nada a cambio mis libros
y un poema, cualquiera, siempre fiel al atavío de la fiesta de las guirnaldas del verano cercano. Hasta que te pueda ver, sol temprano
y renazca un esperanto de amanecer.
Siempre supe que aquí pasaré largo tiempo,
esperando el socorro de tus labios,
el frenesí de un abrazo que aun no se atreve a pronunciarse.
Siempre tuya, vida celante, esperanza tardía y un renacimiento nada prosaico, todo poesía.
¡Ay que ver! Sus páginas me fascinan, cómo atina, La Celestina,
pues Fernando de Rojas, expresó con apremio sus congojas.
Sigo rememorando tras mi cogote lector, tras el diván, el Quijote,
dado que Cervantes siempre me instruye los debates, como los de antes. Y en los de psicología Freud y su analogía con la mente, procurando no cerrar del todo el pasado, sino comprenderlo, con su simbología científica. Con todas las subsiguientes escuelas y autores, Enrique Rojas, Rojas Marcos, Daniel Goleman o tantos y tantos…
Los clásicos, representados por Bécquer, me dicen los auténticos románticos, sonadas sus rimas y leyendas, albricias, vaya componendas hechas delicias.
Su equidistancia como movimiento, tremendo, el Realismo, me concierne de cerca para con mi vida su paralelismo, así pues Galdós, como Clarín, tararín, y el maestro Zola, me consola, ya que hay ismos necesarios, históricamente hablando. Narrando, los grandes, se sabe.
Dicho esto, atisbo con plenitud moral, que el Siglo de Oro es mi preferido: Calderón y sus sueños hechos vida, ¡que perviva!,
y todos su coetáneos, nada foráneos. Y si lo son, ya no lo son, pues su amistad me queda. Sean bienvenidos.
La literatura medieval, jarchas, me recuerdan a tardes de escarchas,
de amapolas, y siniestros rituales, actuales todavía, valga la antigüedad tardía, pongo por caso, también, los tópicos, muy típicos, como la rueda de la fortuna, oportuna para tratar el azar, o el Carpe Diem, otroros modos de discernir a tales efectos, latinajos, por ejemplo, el locus amoenus, o también, pardiez, la Psicomaquia, todo ello magia.
Las coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, me impresionan desde la psique.
Cuidado, soldado, la épica soflama el espíritu pero lo enaltece,
y yo sigo en mis trece, con la Regenta, tal si fuera un diamante argenta,
junto a todas las proezas y malabares del Realismo Mágico, entre sincrético y trágico. Porque García Márquez, es el marqués de las palabras de nuestro hermana Latinoamérica y sus hermanados literatos.
Rayuela, y sus finales, me asientan del prodigio en sus anales,
mientras exploro narrativamente el terror de Goethe, su Fausto y sus infiernos, siempre maravillosamente eternos, para la posteridad,
¡vaya tranquilidad! leer el terror de Lovecraft o de Poe, quien para nada mi actitud serena corroe, dos maestros que asientan sello.
Como también Paulo Coelho, o Dyer, sinonimia personificada de la autoayuda, diversificada.
En los tiempos modernos encumbro a Dumas, a Byron o a Shelley,
con el Frankestein en danza, viva estampa del Romanticismo que perdura, igual que la locura de la novela negra hecha casulla, mía, tuya,
reflectada en un Truman Capote de alta alcurnia rodeado, tras escribir A sangre fría. Sin olvidarme de Kafka y su Gregorio Samsa.
Tampoco me he olvidado de los modernos conquistados en mis cuitas de madrugadas y nocturnos trances de libelos y alegrías, o los de mi ramo en psicología, por afinidad, cuando les leí un día.
Si, he puesto tan solo unos pocos ejemplos, huellas frescas con emolumentos de placer,
porque recordemos que la literatura se debe hacer, si, cada día,
de igual modo, con las lecturas, y todas sus conjeturas, también sus leyes,
si bien, escribir es singladura de riqueza interior, tanto del hoy como del mañana.
Destripar quiero sus entrañas,
de estilo, y converger dentro de otras historias,
de lo bueno de Shakespeare, de lo mejor de Alejandría,
en bibliotecas, tiendas y escenografía,
dentro del Teatro del mundo, asintiendo, lo mismo, con la Generación del 27,
tan nuestra, simiente de grandes revolucionarios que dieron su vida, a veces breve, Lorca, quien me reconforta en sus poesías y en su dramaturgia, o me duermo rorando como los niños con la Nana de la Cebolla, y un autor casi paisano mío, Miguel Hernández, mostrándome su vida de sufrimiento al detalle. Conjurar quiero a los poetas malditos,
cualesquiera que vea, hartos de sustancia y vino, devino la memoria,
para no usurpar el olvido, Rimbaud, Mallarmé, y al resto de españoles e ingleses, Hervás, Francisco Casanova o mismamente, John Kennedy Toole y su obra póstuma, que me recostuma a leer con novedad y fe, tras su La conjura de los necios.
Bukowski, me abruma, cual clara espuma de un mar del fracaso y el triunfo como antítesis a analizar, es parte del sustrato. Ya ves, un sencillo trabajador de correos.
Y, precisamente, surrealistas como Bretón, me dieron alas para fomentar ciertos esbozos de mi ideología, como eternamente prodigaré en mis salvas hacia los literatos de post-guerra, con un Camilo José Cela deslumbrándome en la Alcarria o con familias como la de Pascual Duarte, menudo dislate, pues no leerlos sí es un crimen discursivo.
Así, me remito a Miguel Delibes o a Sánchez Ferlosio y sus trilogías terrenales y paisajísticas, deslumbrada intelectualmente por Goytisolo o Martín Gaite.
Un buen aperitivo sistémico y estructural de lo que es más actual,
pongo por caso, a la gran e ilustre sempiterna Almudena, de grandes obras como su apellido encierra, o tal vez mi paladar, otro día, prefiera a Rosa Montero y su donaire certero, como coadyuvante, tengo, pretendo, a Pérez-Reverte y así me entiendo. Toda yo, aprendiz de maestros.
Me habré dejado muchos en el tintero,
con su pincel y su tinta de fuego,
con la que alumbrar un fiel testamento
de insignes que jamás morirán en la desmemoria,
y flotan en un suelo de celofán y delicioso cielo,
Lluvia torrencial en el Trópico, eso sí tenía un significado lógico y normativizado pero no aquí, y desde el momento en que su jardín quedó altamente inutilizado y toda la vegetación convertida en rastrojo mojado hasta el tuétano, por lo que, ipso facto, pensó, sin ir más lejos, que no era nada normal ni anodino.
¿Qué significado podía tener el llover a cántaros en pleno agosto, puestos ya a la mitad del mes? ¿El cambio climático, quizá? ¿Una ciclogénesis explosiva y harto sorpresiva que no dejó ningún buen auspicio, los cactus deshechos, las enredaderas de las paredes descolgadas a colgajos, a cada cual más endeleble? La vegetación enmohecida. Y eso que en plena tierra de secano se hacía notar todavía más hiperbólicamente el anticiclón.
El anticiclón no era ni tan siquiera el típico de las Azores, tampoco una tormenta clásica de verano. Por deduccion y también por inducción.
Una riada por el desbordamiento de un rio adyacente o una presa rebosante estaba siendo observada con tino incluso en la ciudad, mejorr dicho, en muchos pueblos y ciudades, en el mismo casco antiguo con las torres enfrente y parte del castillo con su muralla chamuscados por regias gotazas excéntricas dilatadas en la mismísima capital de provincia y quién sabe en cuántas más de la península, unas incisivas gotas en eclosión irradiante, que caían en toda su espesor climática. De ser así, el nivel de las aguas estaría pronto al borde del nivel superable en previsión, pero tales previsiones no habían sucedido en tiempo cronológico según los barómetros ni las predicciones avistadas gracias al Meteosat con el suficiente tiempo de antelación.
Además, los coches acampaban sin rumbo fijo arrastrados por la fuerza del caudal vertiginosamente desbordado de un caluroso mes de sequía radicalizada hasta ese momento, a partir del cual, el cielo se volvió repentinamente gris y lleno de unos nubarrones característicos de una película de miedo.
Lo verdaderamente lícito había sido, consecuentemente, el lograr sopesar los datos empíricos actualizados a las doce de esa misma noche dantesca:
El viento con polvo en suspensión procedente del Sáhara, a lo más seguro, suponía que, en su incremento continuo, los graves efluvios del mismo provocasen velocidades sostenidas de entre 63 y 118 km/h. Las densas nubes del color del gris más pizarroso se distribuían en la forma diversificada de espirales trigonométricas alarmantes por su tamaño orogenésico. Esto es, un ciclón en toda regla.
Varias masas de aire continuado y variable pero sistemático propiciaron un escenario lúgubre y tétrico por antonomasia, dándose en su comportamiento climátológico arreciante diferentes temperaturas y cuyo contraste térmico provocó tempranamente una inestabilidad en la atmósfera tal, que los pájaros se vieron obligados a dejarse caer en picado hacia sus nidos en los árboles o, cuerpo a tierra, para defender el equilibrio isostático del vuelo. Los aviones que volaban en el mismo perímetro a la redonda alrededor de la tormenta, inmediatamente en derredor de la misma, permanecieron desestabilizados en su trayectoria dando tumbos acompasados, se veía de lejos la tragedia certera de muchos de ellos estrellándose sin remedio. En no menos de unos pocos minutos.
Truenos, relámpagos, granizo, rayos que se estampaban contra muros y techados, terrazas y el ala alta de los edificios más elevados, se hacían notar estrepitosamente en un ulular contínuo de sones agudos y chirriantes, el aire embravecido, el cielo agotando sus reservas de agua acumulada en la estratosfera.
Cogí una balsa y empecé a remar por entre las calles hirsutas y entreveradas repletas de basura, latas, papeles embrollados en grandes haces de cosas arremolinadas, desperdicios e inmundicia pasada por agua que atravesaba los aledaños de la corriente a ambos lados de la embarcación, lo cual, no prometía nada halagüeño. De pronto, ví como mis vecinos, se subían a grandes y enormes cascotes de madera, de superficies metálicas flotantes por ser poco pesadas o constituidas de madera, dejándose reconducir por la inercia de la propia corriente en danza. Nos gritábamos unos a otros mientras nos cruzábamos en medio de la ventisca y el vendaval lluvioso.
Casi todos los coches flotaban de aquí para allá sin dilación, algunos desmantelados o desensamblados, con las puertas despegadas, las ruedas soltadas de sus chasis, mesas y sillas de bares rondando las inmediaciones acuíferas se cruzaban con flotadores conteniendo personas dentro a modo de salvavidas, colchonetas y somieres que servían de utilitarios fluviales con el mismo fin se estampaban con las paredes cubiertas de agua hasta una altura considerable, cada vez en mayor crecida. Personas que intentaban agarrarse a lo primero que alcanzaban que tuviera una superficie mínimamente plana y angosta conformaba un escenario común.
Los más avispados habían podido subir hasta el ático o en pos de las terrazas de los pisos de mayor altura y no las tenían todas consigo, ni con esa espectativa mejorada.
En dicha dicotomía, las ciudades y los municipios, barriadas y urbanizaciones aledañas, se presentaban atisbadas por un barullo de enseres flotantes, animales muertos, cadáveres, que se erguían a duras penas por entre la superficie de una masa sucia y volátil de espumarajos, de color ennegrecido como la pez, pasadas unas horas de la tragedia ciclogenésica, mientras la trompa lo deglutía todo a su paso.
Algunos cuerpos flotaban inermes, aunque una inmensa mayoría de ciudadanos se habían estabilizado en estructuras cuadrangulares más o menos equilibradas, que se sostenían matemáticamente, gracias a las argucias de protección civil y de salvamento que habían desplegado embarcaciones de auxilio, así como también helicópteros. Pero a todos nos había pillado de sorpresa.
Lejos de arreciar, continuaba lloviendo más y más, sin ningún miramiento. Así, sin poder alcanzar un mínimo grado de estandarización de dichos fenómenos insostenibles, acuciantes e incontrolables, en un primer momento, mucho más allá de las explicaciones científicas que a la gente le hubiera gustado disponer para hacer frente a tales ardides de una naturaleza desbocada por momentos, el tedio y el desconcierto pareció reinar durante las primeras horas. Y eso fue lo que perduró.
Al cabo de tres días con sus tres noches correspondientes, cesó la lluvia y la tormenta. Lo que se observaba de forma permanente era el incremento de la temperatura ambiente, unos cuarenta y cinco grados centígrados, se calculó desde la distancia técnica que otorgaban los aparatos de medición y los gráficos y datos cuantitativos procedentes de los satélites artificiales. Para hacerse una idea más o menos candente, bajo una cierta aproximación meridiana, lo primero que se pudo deducir fue que, ya solo el Mediterraneo, tomado como ejemplo incidental, había sufrido una elevación paulatina pero rápida del nivel del mar, cubriendo metros de altura, cientos, se diría, en proyección hacia arriba, con lo que las poblaciones que no eran demasiado montañosas se habían cubierto de agua estancada. Por todos lados.
Se conformaba la nueva Venecia representada en muchos lugares del mundo.
Las labores de reconstrucción se erigieron cogiendo como referencia la edificación de fuertes empalizadas y estructuras bajo el mar a modo de soporte con las que edificar una momentánea área de salvaguarda, una explanada que iba unida a otras, sistemáticamente entrelazadas por acueductos y puentes elevadizos, y también a través de canales o conductos subterráneos que actuaban de sostén de las nuevas calles.
Ni qué decir tiene que la dieta se volvió atlántica por completo con un despliegue de nutrientes procedentes básicamente del mar y basados en pescados, mariscos, moluscos y gasterópodos, así como determinadas algas acuáticas comestibles.
Muchos siglos después, la presencia de una dismorfia aguda evolutiva, por selección natural hizo mella en la anatomía humana. El fenotipo sufrió poco a poco variaciones al mismo tiempo que la genética mutaba en favor de la preservación de la especie, dándose paso a la aparición de escamas en la piel volviéndose ésta verdosa y gelatinosa, la temperatura del cuerpo oscilaba entre los 33 y los 35 grados, detalles como un empequeñecimiento cerebral obraba junto a la desaparición del pabellón auditivo, estrechamiento de los maxilares, boca prominente, menor hechura del mentón y una estructura más oval de la cara, al mismo tiempo que la barbilla disminuía su agudeza. Exactamente igual que lo que devenía de ser una analogía con los peces. Por añadidura, los pulmones convergían combinándose con extensas agallas a ambos lados del cuerpo, y una aleta dorsal formada como colofón final dentro de una novedosa aerodinámica más propicia para la natación o la inmersión bajo las aguas, lo cual, repercutía en una modernizada práctica social que con los cientos de años permitió que se capturasen peces directamente sin necesidad de recurrir a aperos con redes, arpones, o instrumentalización, ésta era la mínima necesaria requerida.
Había resurgido el Nemohomo. Si bien, de momento, el hombre seguía siendo mamífero.
Ella miraba la estructura del libro como un mausoleo de divinidades sacras y mundanas, de la realeza y de la monarquía pero también cotidianas, las representadas por la gente de a pié. Los puntos de vista y las perspectivas, relacionadas con una semántica y una semiótica complejas no eran establecidos por casualidad y, sin embargo, lo parecía debido al género y al tema a tratar, que abarcaba varios campos, desde el filosófico hasta el político. Las analogías hacían que se interrelacionaran unas con otras al compás de una lectura que, precisamente, iba acompasada de lectura y análisis, junto a la música del grupo predilecto que empujaba reciamente hacia la creatividad. Unas historias en torno a un objeto fetiche preciado, embalaustran el mismo acto de la observación científica y empírica.
Los flashback iban y venían, al tiempo que la conjunción de la morfosintáxis y el texto argumentativo se casaban dentro de una ceremonia hedonista y seria, enconadamente rica en adjetivación y doble adjetivación, locuciones verbales y adverbiales, frases hechas contenidas en medio de los extranjerismos, neologimos, barbarismos y registros más populares llenos de una plenitud de términos francófonos, anglicismos y latinajos, dispuestos visualmente a través del entrecomillado o la cursiva.
Capítulos bien diferenciados y preclaros en sus disquisiciones, con pleonasmos, metáforas, antónimos, sinónimos y polisemia concienzuda, junto con otros recursos estilísticos, como anáforas, hipérbatons, elipsis, reiteraciones de diverso tipo y calado, mezcla de contextos divergentes que luego volvían a encontrarse, dejaban, todo ello, traslucir el ingenio pragmático y teórico del autor, proclive a permitir diálogos enlazados o por fragmentos, otras veces, parágrafos tan solo, de nuevo, la irrupción del género epistolar en una carta de tal o cual personaje con peso específico aun cuando pudiera considerarse secundario, reafirmados por otros corales de distinta envergadura o rango.
Narrador en primera persona, en tercera, únicamente descriptivo, predominantemente omnisciente, descripciones interiorísticas, paisajísticas, de modelaje de la personalidad, personificaciones dentro de la naturaleza, muerta, viva, espiritual o materialista.
Seguía tomando apuntes habiendo hecho una escaleta de personajes, situacional y narrativa, de estilo, llena de denotación, connotativa, inclusiva de elementos como la coherencia y la cohesión para armonizar todas las partes discursivas. La libreta le parecía más clásica o natural, agreste, compositiva, plenilunio de una futura reseña y de un análisis previo borrador, de lo que sería el estudio preludio del trabajo realizado por encargo de aquella editorial, tan pequeña y adusta como sencilla en ventas, catálogo y stock previsible. Sin embargo el paquete office, para ser más precisos, y en concreto, el editor de textos, Word, le esperaban para trazar los esbozos finales en la forma de estudio crónica para el número mensual próximo.
¿Cómo engarzar las subtramas variopintas con la principal, novela dentro de otra novela, para continuar, más tarde resituándolo todo a modo sui generis en nudo, desenlace y final abierto de lo que parecía, a simple vista y notoriamente, la antesala primera de una pentalogía con hilos conductores pero independientes entre sí en lo predominante?
Llegó la hora de la cena y, de pronto, tan súbita como sorpresivamente surgió el apagón que mucho se temía y del cual no había contado con la precaución suficiente a la hora de guardar los últimos tres subdocumentos, incluyendo la paginación final y el índice, como también el subsiguiente glosario pertañente a las notas a pié de página debidamente sintetizadas y recolocadas.
Tampoco la sinopsis había podido ser retocada, perfeccionándola. Había que corregir alguna falta de estilo, otras derivadas del propio teclado Querty, al igual que alguna ortográfica y unas otras pocas prosódicas.
Menos mal que el Word con el comando adecuado desde la configuración permite una copia restaurada en caso de pérdida aun cuando no se haya accionado dicha opción manualmente, al menos, la versión 2.0 que tenía ella lo cubría. Al recurrir a dicho mecanismo, pudo conservarse una copia por defecto y respiró tranquila a sabiendas de que en el momento presente de cumplirse la una de la madrugada y devuelto al barrio el suministro eléctrico, todavía le restaban unas dos o tres horas de estoica dedicación.
Cenó o, al menos, comió algo de picoteo a las tres y media, aproximadamente, gozando del tiempo suficiente para dar la orden de «enviar» el correo electrónico desde la bandeja de salida hacia la correspondiente dirección del destinatario, hecho en modo copia CCO, tras sellar su firma electrónica, y detallar un correcto y ajustado agradecimiento, bastante escueto, desde el espectro formal que componían copywriter y encargado de departamento.
Le adjunto mis honorarios previo cálculo en función de los caracteres por minuto. Gracias por la disposición. Espero pronta respuesta.
Atte,
Adelino Garmenddi. Corrector de texto y reseñista.
La despedida, como se puede apreciar no era más que la resultante de una prueba para ser elegido, supuestamente y a los efectos de la calidad y resolución profesional del aspirante, de entre otros cientos de colegas que habían respondido a la oferta.
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-¡Mucha suerte- le responde al aire, o al destino, quién sabe, la bloguera y narradora de este relato. Pareciera la reafirmación de un recuerdo personal no demasiado lejano, rememorado, con nostalgia, y no sin cierto dolor moral o espiritual cauterizado por la misma realidad aplastante, sofocada por los acontecimientos y la coyunturalidad de unos consecuenciales circunstancias desfavorecedoras.
-Pero, ¿fuiste seleccionada, o no?
-Nada, cari, nada de nada. Me respondieron, por añadidura, que mi texto contenía muchas faltas de ortografía, ejem, una excusa como cualquier otra. Quizá formase parte de un mailing de un grupillo inexcusable.
-Mala suerte. A seguir en el bufete de abogados de pasante y sin cobrar.
-A la «prochaine».
Las dos amigas se despidieron con un beso hasta la siguiente quedada.
Blog de reseñas donde encontrarás todo tipo de lecturas y para todas las edades. También cuando el tiempo lo permita las actividades culturales que se realicen en Mallorca.
Artículo 19. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. ---Declaración Universal de Derechos Humanos.
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