
Murió la llave de la poesía del conocimiento sensitivo.
Aquella que me hacía esforzarme y pensar.
Nació la estrella de las mañanas,
de las que los poemas eran sudor y sangre derramada.
Murió la esencia
naciendo brava,
la pura exisencia.
Dudas infinitas en diciembre próximo.
Un callejón sin salida,
que atisba lo lejano.
Oh, la llave de la poesía
me guía a las puertas del entendimiento
que aflora en la razón pura,
la lógica en solitud.
Me vestiste de negro
como en luto enloquecida,
plañideras desaparecidas,
esparcidas entre versos llorones,
y entonces vi la desnudez de la vida
y la crueldad del aire.
Cuando rancio se estanca entre rincones.
Tendré que salir con la llave de la esperanza
pues el amor por las flores y los parques
se diluye en un instante fugaz,
de luz eléctrica que absorve mi intelecto.
Y esas noches que la luna me dicta el fundamento
de mis historias ficcionadas en largas y pertrechas
malas palabras por doquier.
Cuidémonos y cuidaremos el universo
y el asfalto de nuestra ciudad o pueblo,
tras la lluvia,
que purifica
sin preguntar
a quién rocía el rocío ambiguo.
Que refrescan a las llaves cambiantes
que transmutan paraísos
del Nirvana del esfuerzo.
Es la poesía un vendaval
que me grita: sal, sal, sal ya.