
Iban en manada,
agazapados entre el aire vacuo de la crepitud de la luz de la luna renacida
porque por cada naufrago de la ciudad que vivía como dolomita incauto,
ajeno a la humanidad del extrarradio,
miles y miles de gatos
salían a por sus raspas matutinas
entre podredumbre y contenedores de basura,
yerma la tierra en aquel pedazo de urbe
que dilapidaba el acceso a la salubridad
pues la lluvia ácida anidaba las fachadas
de par en par,
siendo los felinos los mayores inmunes epidémicos.
Dicen que el año del gato está cerca
y que el fin del nódulo humanista
contiene el cortapisas perfecto.
En el año del gato
cientos de camadas esperan a ser los amos
con sus ojos dilatados
y su córnea convexa
que les hacen entrever un sexto sentido.
Simbolizando estados de ánimo parejos al del humano
en condiciones de oscuridad disforme
que les hace comunicarse sin emitir guturalidad alguna.
Quiza sea esta capacidad la dualidad del futuro
y del gestor más acondicionante.
Anubis les dirige desde su cénit opaco
tras haberles pesado el corazón en la historicidad,
en su Egipto natal,
cuando tan solo cazaban ratas y bichejos en los silos de trigo.
Ahora su reino seguía sin ser de este mundo
y afloraba disperso el ceño en la dimensionalidad de sus bastones oculares.
Corrían y corrían como si hubiesen descubierto el maná
pero eran los dioses que les aclamaban desde sus tumbas piramidales.
Si usted ve un gatito indefenso esconderse tras de un coche
quizá no sea el mismo del que os hablo.
Los dolomitas rocosos acechaban entre los rincones de las fachadas
esperando a sus mascotas.
El género humano dormía en otra dimensión.
Ajeno a sus sueños de plenilunio.
