
Las nebulosas, como nenúfares del aire,
sorprenden a quien sabe observar
un nuevo cielo
que clarea el mar.
Es un paisaje de niebla gris transparente,
donde los sueños penetran
solo si eres inteligente.
Me senté en el parque
sin pensar en nada más.
Entonces los bares hablaban silenciosos,
y las místicas aves voladoras
avisaban de lluvias de prematuro invierno.
Quise escapar de la metralla
sin dilucidar que de nada valen las huidas.
Que los acorralamientos solo existen si crees en ellos
desde la ceguera del cíclope negro.
Y que las medallas se otorgan
en pleno camino,
no así a la llegada.
Porque el destino lo vamos escribiendo
desde los corazones de bebé,
cuya papilla es el teatro de la vida
lleno de parques insondables,
bares silenciosos y aquietantes
y aves que surcan un cielo de despertar,
Me quedé allí mismo,
tiritando de frío,
desangelada por la incertidumbre.
Un gorrión se posó sobre el estuco del bordillo,
para referirme el cuento de la mañana difusa,
que se aclara con los pasos hacia un destino infinito
que construímos todos los días con esfuerzo e ilusión.
Recordé que no era un café en la terracita lo que quería
sino dirigirme al todo a cien de los chinos,
a comprar dos velas blancas
para rezar por los que ya no están.
En ese súbito momento no percibía nada más
que el viento y la lluvia con sus gotas acariciantes.
Que el próximo destino lo decidiría en el mismo momento.
Ya no volví más al parque de mi barrio
sino al centro de la ciudad,
para explorar experiencias religiosas.
A lo mejor ocurriría algo distinto.