ABANICOS

Hace calor en este lugaresfera,

Hace calor pegajoso y humeante.

Rubor, sudor, decibelios locáticos y un ventilador.

Psicoestáticas sillas y un sillón.

Para sicoestetas escritores.

Describiendo realidades no vencidas.

Esta poesía no es del tiempo climatológico,

porque desde el amor me abanico, tras salir a la calle

llenando el aire y esparciendo esencias salvajes,

como todos.

Reminiscencia de sonidos, colores y olores y una nueva perspectiva estacional,

donde los nombres no importan, ni los llaneros solitarios,

ni los héroes ni los hados.

El intelecto pide cervezas y cocacolas.

Además se contemplan las rosas y los jardines tatuados.

Una madre le da un beso al angel desalado.

Los poetas viven agazapados, pero se nutren de connotación.

Obreros almuerzan su bocado de pan con lomo adobado.

Vírgenes suicidas y brujos que se atomizan en la noche espolvoreada,

maquillan sensaciones dispares y disparatadas.

Y nos abanicamos, comiendo helado como si ya no fuera a amanecer mañana.

La vida son cuatro días y cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventaba.

Mancillados abanicos nos protegen de la historia y la quimera,

un placer sencillo no sibarita.

¿El mundo occidental en armisticio?

No, hay guerras por todas partes,

económicas, políticas y militares.

El niño grita que quiere un móvil android,

la madre le da un cachete y lo mira de soslayo

mientras compra lotería.

Así es la vida, un abanico de infinitesimales posibilidades.

Un vendedor de abanos del aire,

se sitúa en una esquina pretendiendo hacer su agosto,

su sonrisa se difumina porque lleva media hora sin clientes,

hasta que dos señoras de la misa de a ocho

con su gomina y avalorios, le demandan mercancía.

No es esa puesta en relación con el valor de la fuerza de trabajo en las fábricas

ni de la que se extrae plusvalía al proletariado, pero hoy es el santo del marido de una de ellas.

Por lo pronto, lo acordado,

calor que se pega en los zapatos y la ropa,

que ameniza a los pájaros.

Se escucha a Pink Floyd desde lo lejos

alguien tiene puesto el reproductor de música

que hace ventilar los sones hechos a base de pensamientos psicodélicos,

la gente acude en masa al vendedor.

-Cómprenme, señores, señoras, abanicos pal caló.

Aquí los tengo: buenos, bonitos y baratos;

¿Cómo son? -pregunta un despistado.

-Pos mire, asín que son: entonces hablan las musas por él,

las ninfas, hadas, nereidas y el dios Eolo, adornando

cualquier aseveración bien sabida:

Abanicos rompeolas,

elegantes y elitistas,

para el niño y la niña,

para los acalorados currelantes

y también para los príncipes, princesas y gerifaltes.

-Tos sean bienveníos .apostilla.

Viajantes, turistas o marinos mercantes,

damas sencillas y caballeros andantes.

Presiosos y sin malaje ninguno.

De los que te hacen volar y soñar,

espirituales pero también maquiavélicos,

políticamente correctos pero a la vez a contracorriente,

esos que llevan el cántaro a la fuente,

los que protegen a los curtidos del campo,

morenos y hechos a sí mismos,

los que usa el señorito,

la oligarquía,

los finos y las finas.

Traídos de importación

pero fabricados en el país.

Pa que veáis.

También Made in Japán

o coreanos.

De todos los colores y estilos,

de tela, papel o piel,

y con su baraja rígida y plegable,

también de modalidad china

pues el exotismo es un signo de la historia,

también revolucionario.

Juegos de muñeca, rítmicos y variables,

incluso hay algunos que se paesen a los flabelos egipcios,

por seguir las tradiciones ancestrales,

otros son biodegradables,

también el origen es fiable;

imaginaros a los romanos agrícolas,

de nuestra cultura latina los padres,

rememorando el aventamiento de las cascarillas

de los granos de cereal,

-No se lo piensen má:

-Cómprenme abanicos

no sea que venga un temporal,

cason la mar.

Que no se los pueo regalá.

En el Capitalismo.

-Muchas grasias señorita, dios se lo pague,

son a dose euros los ma economicos.

Pero tié de seda también.

«En el verano convergente

se hace lo que se puede, ¿verdad?»

-Dijo la muchacha.

Y el buen hombre le regaló

la mejor y más delicada de sus sonrisas.

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