
Salgo una mañana sin sol
con un frío atronador,
me pongo mi mejor chaqué,
los gemelos dorados y adorados por el dedo divino,
no hay color entre las hojas caducas más que el verde clásico.
Sibilino.
Pero lejos de abstraerme y ausenciarme en el paisaje
me dirijo a la boca del lobo
pisando las hojas marchitas del otoño de Fausto.
Y el pacto no lo cerré,
no, no, no lo cerré.
Ni vendí mi alma a Lucifer, ni pequé de ingenuo.
Solo un genio sabe ser valiente y buscar un disfraz renacentista,
pasar del dentista ese día,
tomar un café con canela,
solo y burlando a la bestia,
mimetizada entre el estrés. Y aparqué mi coche en doble fila.
Y bajé y fui valiente… y bailé y bailé. La fiesta era un carnaval.
Elegante y contumaz. De libertinos con aire disfuncional
que sonreían al aire… yo tomaba cocacola, y me dejaba arrastar.
Hasta que ví mil sonrisas, no todo es al azar.
La multitud multirracial vino a quedarse sin más.
Y yo valiente, valiente, porque no quise pactar.
El diablo planeador se las sabe todas,
pero el círculo era humo de cigarrillos
que traspasan solo carne y sudor.
Mientras yo… tomaba cocacola y fumaba de liar.
Venecia en casa era un arrabal de poesía por formar.
Cogí las letras y los recursos estilísticos
cuando constituí un soneto directo al corazón populeyo.
Popular, popular, porque fui valiente
en la hoguera de las vanidades.
Ni Fausto, ni Dorian Grey se lo creerían.
Más contubernios aplaqué, solo con refrescos y café.
Porque yo no pacté, todo era risas y claqué,
en la cercana mañana sin luz,
esperando el amanecer. Los ángeles, querubines de ensueño
y las hadas y las ninfas, me esperaban en las esquinas,
cantando a Sísifo para que se deshiciera el maleficio.
Y pensé: todo el mundo es bueno,
mientras no se demuestre lo contrario,
porque no pacté con el estrés.
Venecia era soflama, carnavalesco y amnésico,
pero no importaba. Porque no pacté.
Un satélite se asomaba con irradiaciones matemáticas
lleno de autoestima para repartir,
metáforas y poemas, escrituras magníficas,
con sus justos puntos y comas
y sin un ápice de retórica.
El deseo se difuminaba por doquier,
entre las esquinas angelicales
mientras buenas almas con ese sentir ángel me sonreían
y me invitaban a cocacola y a café,
desperezándose al sol de la mañana consolidada.
Eran la ocho y me fuí a coger el bus, tras la ducha
y el sueño de la noche pasada. Todo estaba bien,
porque yo no pacté
con la física moderna. Soy de los clásicos.
Hice lo que quise.